jueves, 31 de mayo de 2007

Prisa para nada

Me muero de la prisa. De verdad, de la prisa que tengo por llegar no sé dónde. Nací acelerada y ya nada me frena. Empiezo, me embalo, resbalo y me frustro por no haber llegado la primera a esa vaga meta de pancartas en rojo y amigos aplaudiendo y silbando con mil dedos. Me muero de la prisa, no concibo los tiempos de espera, las revistas me parecen un condimento desatinado para la expectación esperanzada de algo que no sé qué es pero que mira que tarda. Estás tardando, ser inmundo que no sé si existe. Parece que te explayas retrasándote, me figuro que me plantas y estallo de furia que verás como te pille.
Tengo prisa por llegar y justo hoy, ya ves, la china, hoy salen más tarde los autobuses.
Salen tan tarde que ni entiendo la hora y grito calamidades para que al menos todo este ardor tome una forma definida y se fugue en el aire para que otros lo respiren por mí. Me miro el reloj y pienso en la prisa. La prisa por llegar a ser lo que quiero, la prisa por saber si estoy en el buen camino, la prisa por que un valiente cualquiera me asegure que esta vez sí, que no habrá más cambios, que ya he llegado o que al menos ya se sabe hasta cuando es el retraso. Tengo prisa por que alguien se moje y me augure destinos, panocha y colines o granja de gatos o qué sé yo, que se moje, lo diga o calle por siempre y fin de la fiesta.
Y es entonces cuando pienso en ella, algo dentro de mí se calma y el engranaje frena de golpe. Las ruedas se ríen y brindan con zumo. Me muero de la risa y ya no sé por qué corría. Ya no tengo ninguna prisa por llegar porque ella me confirma que siempre se llega. Le cuento que justo hoy, ya ves, la vida, hoy salían más tarde los autobuses. Salían tan tarde que ni entendí la hora y empiezo a pensar que los perdí adrede por quedarme un rato más a charlar con ella. Canto trivialidades para que todo este sosiego tome una forma definida y se fugue en el aire para que otros se lo beban mezclado con manzanilla.
Le pregunto si llegaré a ser lo que quiero y me dice que claro, que nací testaruda. Le pregunto si estoy en el buen camino y responde que siempre y que debería dar gracias a los cambios. Le pido que se moje y zambulle su cola de pez hasta que sale del agua arrugada de tiempo. Me dice que ya ha estado en el fin de la fiesta, que no me preocupe por las mazorcas, que viva, despacio, templado y profundo. Que lance al vuelo las revistas de espera, que nadie llega tarde si labra con minucia, que no espero a nadie más que a mí misma, que hasta la muerte prorroga la siesta de quien pinta, sin prisa, pancartas en rojo.
Y me muero de la risa. De verdad, de la risa de querer llegar algún día, no sé cuándo, a volver a verla viva, sabia, alegre. De apoyar de nuevo la cabeza en sus rodillas y pedirle que me cuente que yo ya no tengo prisa.

viernes, 25 de mayo de 2007