sábado, 18 de abril de 2009

Te conocí hace ya unos años en una cafetería del Soho. Tú mirabas a mi amiga, yo os miraba mirándoos mientras pensaba que me gustaría estar mirando a otra persona, alguien muy ausente, muy lejano. En ese momento no me gustaste y tuve la clara sensación de que yo tampoco te había gustado. Mi primera actuación fue desaforadamente presuntuosa, algo que me suele ocurrir con los desconocidos a los que quiero causar buena impresión. Finjo que no me importa y suelto una retahíla de datos aparentemente casuales que me dejan en una buena posición intelectual. Bullshit de engreída insegura, nada más. Tú en cambio estabas relajado, tan relajado que ni te esforzaste en venderte “estoy en la ciudad para pasar el rato, me encantaría quedarme pero soy demasiado vago para pedir una green card, encima tengo un acento de Cuenca…en unos días me voy a Nueva Orleans, no sé, debe molar, ¿no?”

Terminamos la noche en un Dehli, yo comprando plátanos para cenar, mi amiga ensimismada en la variedad de gominolas que podían encontrarse en la city y tú esperándonos al lado de la caja, arrastrando un bolsón que doblaba tu tamaño. Nunca he sabido qué es lo que llevas en ese bolsón tan cargado, sólo que pesa como mil demonios.


No volví a verte hasta al cabo de unas semanas en tu propia despedida, una celebración improvisada en unos billares de Greenwich Village. Esa noche estabas acompañado. El hecho de que miraras hacia otro lado para saludar a un nuevo invitado cada vez que mi amiga y yo nos dirigíamos a ti, nos hizo pensar que no éramos siquiera el postre del tropel de desarraigados que venían a homenajearte. Así que nos fuimos y nadie notó nuestra ausencia.

Y Nueva York terminó para todos. Y yo también acabé volviendo. Y pasó el tiempo. Y un día te encontré en mi propio barrio e hice como que no te veía para después mandarte un mensaje de “juraría que te he visto a lo lejos”. Y tejimos una nueva relación a base de teclado y distancia y cero sospecha de que algún día podríamos causarnos esta sorpresa que todavía nos asombra.

¿Tú eres tú? El día que nos volvimos a tropezar fue como cuando pruebas la coliflor de mayor y piensas “Ñumi, ¿por qué habré estado tanto tiempo perdiéndome esto?” Todavía no sé qué pensar de tu primera frase tras el reencuentro “¿Pero tú ya eras así?” No sé si tomármelo como una oda de quien al fin vislumbra el amor verdadero, o un puro y duro “con lo fea que eras antes”. Lo cierto es que fue extraño volver a reconocerse, revelarte en positivo y ver a alguien nuevo, alguien distinto a la imagen que me había formulado. Así que sí, resultó que tú eras tú y que mi yo de ahora parecía registrarte como mío.

La primera vez que te miré a los ojos fijamente para descubrir que eran tan indefinidos como los míos, tuve esa extraña sensación en la que pierdes la identidad por un segundo “Espera, ¿y yo soy Elena Bort?” Tu nombre y tu apellido formaban de repente una amalgama original, “¿tú eres tú? Y si tú eres tú, ¿qué hago yo contigo?” Fue entonces cuando nuestros dientes chocaron y comprendí que era así, que era tu bestia la que debía morderme, que el tiempo es sabio y que la sabia se esparce a su debido ritmo y por caminos ya trazados. Tú eres tú porque así y sólo así tenía que ser.

miércoles, 15 de abril de 2009

La dama de Shanghai

Tú no lo sabes, pero alguien te observa.
Ni Cristos ni cristales, ni espejos ni espejismos; sólo un par de ojos de un alguien otro que te escrutan y te protegen.

Hace unos días recibí un mail de una desconocida. Me contaba que hará cosa de un año se sirvió de mis letras para leérselas a su hermana, que además se llamaba como yo, mientras ésta estaba en cama luchando contra una enfermedad. “Tus cuentos y relatos han sido como un tesoro y gran aliado para mí”, me decía.

Ya ves, una Elena anónima, otra yo dispersa en este universo enano hecho de ladrillo y coincidencia. Alguien a quien mirar a los ojos, alguien que te mira y vela por que existas.

Dejé de existir un rato, pero gracias a tu mirada hoy cobro de nuevo vida.



La foto está tomada en el bosque de Oma.
(sí, sí, lo juro, le dimos al clic a la vez)