domingo, 10 de mayo de 2009

Takashi García y su colección de pins

Desestimé a Takashi de un relato para un concurso pero, era tan majo, no pude dejarlo en el bolsón de las ideas abandonadas. Aquí tenéis su breve paso por la vida de los protagonistas frustrados…

Tenía una colección de pins envidiable. Empezó a los nueve años y, veinte años más tarde, Takashi García había llegado a los dos mil quinientos cuarenta y siete. Los guardaba en un álbum con las tapas de corteza de cedro, un enorme álbum de páginas plastificadas en las que clavaba los pins y a las que limpiaba el polvo con el quitaesmalte de su hermana Montserrat.


De plata, de plástico, de metal, era tan enorme la variedad de pins que manejaba. Más de un sábado le habían dado las cuatro de la mañana observando su acaudalada colección. Brillantes, lustrosos, únicos, inauditos, bonitos, arraigados, especiales, inalterables, suyos. Sólo suyos.

El gusto por coleccionar le vino de su madre, una enóloga japonesa que emigró a Sant Sadurní d’Anoia para aprender de los cavas catalanes y crear su propia denominación de origen en la provincia de Kioto. Kiriko lo coleccionaba todo, sellos, naipes, las postales más cutres de los pueblitos españoles que visitaba, lápices de colores e incluso tubos de pasta de dientes. Cuando murió precipitadamente, abalanzándose hacia un toro en una corrida de Pamplona, pues creía que lo heroico era ir en sentido contrario, Takashi heredó todas y cada una de las colecciones de su madre. La que más le llamó la atención, una pequeña colección de pins guardada en una caja.

Takashi prefirió así focalizarse en el maravilloso mundo del pin, un inframundo que tuvo su momento álgido en la década de los ochenta pero que, según él, se había terminado convirtiendo en un terreno de sibaritas epicúreos amantes de los los complementos. Una definición que, por otra parte, le había procurado más de una hostia en el bar que frecuentaba.

- Takashi, además de gilipollas eres un puto hortera. ¿Quieres hacer el favor de quitarte ese pin gigante del toro de los Chicago Bulls? Si se te hubiese clavado en el pezón y quitártelo te fuera a provocar una hemorragia exterminadora, entonces aún. Pero si no, si no es que no tienes perdón de Dios.

Cuando volvía a casa sólo pensaba en el olor a cedro. Nada le faltaba, nada le sobraba. Se dormía abrazado a sus diminutos tesoros y se sentía dichoso. No conocía a nadie más pulcro, más constante, más comprometido con una afición de tanta altura, tanto nivel.

Todo cambió en la ordenada vida de Takashi García una buena mañana de domingo. Cuando se levantó se dio cuenta de su propia trascendencia, esa era la mañana soleada que iba a cambiar el curso de…los hechos. Había estado ahorrando durante meses y por fin había llegado el momento. Iba a volver al Rastro. Se sentía valiente, fuerte, invencible. Estaba dispuesto a adquirir el que sería el pin estrella de su venerado repertorio. El pin de Anís del Mono de 1897 diseñado por el mismísimo Ramón Casas. El mismo detalle que protagonizó el luminoso instalado en 1913 en la Puerta del Sol. Un pin con historia, un pin que iba a convertir su colección en obra digna de antología museística. No era un broche, ni un pasador, ni un alfiler, ni un prendedor. Era un pin precursor que iba a hacer de él un verdadero mecenas del arte de la solapa.

viernes, 1 de mayo de 2009

Entre monstruos

Venid aquí, monstruos de mis monstruos
Os partiré la cara hasta partirme los nudillos
Os reventaré la risa, os ventilaré deprisa

No seáis así, tan cobardes
Como para aparecer vestidos de mí misma,
De perro tibio tendido, cuerpo pesado
De sombra que llega antes de invitarla
De aliento desnudo en la camilla de otros

Venid y luchad, feroces absurdos
Dejad que os vea
Y escupa
Y patee
Dejad al menos que defienda,
Un cuerpo tan mío que no os pertenece.