sábado, 15 de mayo de 2010

RN-40

No hay tanto pan en el mundo como para dejar rastro en esta carretera, la única en la que Hansel y Gretel podrían distraerse con el primer soplido de la tarde, la RN-40.

Árida, ondulada, descomunal.

De abajo a arriba o de arriba abajo. Tan fácil el planteamiento que apetece incluso perderse en una recta. Una recta fina que cruza la Patagonia en un bocadillo.

Cruje la costra de su estéril paisaje y la miga te deja en Babia con sus atardeceres blandos de yema de huevo.

La RN-40 va de la nada al todo en varios días, pero en un único parpadeo. Su capa de brillo y joya salvaje te deja absorto como a una urraca cuatrera.

Y ahí estás tú, solo, solo con tu reflejo en el asfalto. Solo con los gritos de los guanacos. Solo con la danzas de los ñandúes.

La estepa, la calma, los lagos, los montes escarpados como cartílagos de un Dios en ayunas. Ahí estás tú bien solo sintiendo la compañía de algo tan grande que no cabe en tu bolsa de pan, equipaje de tontos.

El horizonte es un encantador de serpientes borrosas y tú te vas a casa creyendo que eres miope. Que ni Hansel ni Gretel vencerían nunca a esta carretera trazada desde las alturas. Ni ellos ni tú, ni un cuchillo de sierra.