domingo, 17 de junio de 2007

Almería

Se muda la piel a un lugar donde huele a verano. Tiro de un extremo y me deshago del plástico que recubría mi paz, metamorfosis de píxels y cambio a una vida que ya no pincha. Respiro en el agua y tomo imágenes del fondo, cuando salga de aquí todo sabrá diferente, mucho más salado, más de verdad de la buena sin cubres ni cobros revertidos. No debo nada, ya nada sobra, se muda la piel y por fin soy libre.

lunes, 11 de junio de 2007

Por la noche

A cierta hora sólo llaman los bandoleros. Cabalgan por tu plaza, ya libre de tunantes, y aguardan en un rincón hasta que las luces se extinguen y las manchas se embrollan entre cortinas y celosías. Entonces entonan sus salmos mudos a las cuencas de tus ojos y buceas dormida a través de un hilo de lana y pestaña. Los relojes descuentan las horas y en vez de cruzarlos, los jardines de corales te atraviesan a ti hasta llegar a una celda de pelo de gato y cielo estrellado. Escuchas y exploras las profundidades de este caldo espeso de la pasión contenida. Los carros te conducen lejos, más lejos del sueño de la razón imaginable y se licuan las orejas hasta convertirte en pulpa. Los bandoleros cuelgan y se marchan trotando hacia la oscuridad contigo amontonada en su vasija. Buenas noches.

martes, 5 de junio de 2007

Recuerdos compartidos

No dije ni palabra hasta bien entrado el tercer año de mi vida. Ni mí, ni mu, ni ma, ni pa, ni ninguna otra onomatopeya que pudiera sugerir alguno de los conceptos del imaginario común de los bebés. Mis padres se preocuparon y a la hora del té debatían con sus compatriotas exiliados si es que los niños podían volverse mudos con el calor o si, tal vez, quien sabe, por la gloria de la reina, a lo mejor en las penínsulas les envolvía letargo lingüístico completamente desconocido en las islas de por arriba a mano izquierda… A nadie se le ocurrió que tres lenguas eran muchas. Y es que chupete en casa se decía diferente que en la guardería y la niñera hablaba raro y yo, que siempre he sido consecuente, no pensaba soltar ni prenda hasta tener claro en qué carai me estaban hablando…

Después llegó el cole. Por aquel entonces yo ya hablaba, alto y claro y casi de pito y todo. Mis padres tuvieron la genial idea de cambiar de ciudad, qué chispa la suya al escoger un destino tan cosmopolita y ecléctico, que si peras que si manzanas. El primer día de primero de primaria fui la primera en entrar al aula; vestida con bombachos, delgada de saludos, inédita e incógnita. Que es que en los párvulos se hacen lazos muy firmes y tú, con ese acento raro y esos pantalones cortos que parecen una falda, tú eres una rara que no veas y vas a ser, aunque sólo dure un rato, la diana ideal para estos catetos potenciales de pro. La maestra aporreaba la mesa con el lapicero y yo soñaba en canciones en tres idiomas, una ciudad con alas y nuevas modas de coletas sueltas y bombachos dorados.


Pero el cole sabía a menú sin postre. El piano, las letras, las artes, los muebles blandos de la casa de los tres ositos, no eran más que pasatiempos vagos para la mente fenicia de una comerciante con rizos sin dorar como yo. Siempre fui una visionaria, yo lo planeo y que trabajen otros. Lo vi claro y ejecuté con precisión. El ascensor modernista daba el disparo de salida, los invitados estaban llegando. Mis padres les daban la bienvenida a sus amigos queridos y yo reclutaba a mis hermanos tan queridos como menores para que desfilaran a mis órdenes. Ofrecíamos bebidas, espectáculo y pica-pica a un precio razonable; y ellos picaban, vaya si picaban. Mis hermanos no sabían de porcentajes, eran queridos pero sobretodo eran menores, así que directamente me forraba a su costa.

Trilingüe, a la moda y forrada, sólo dejaba de pensar en negocios en verano, aunque en realidad en mi casa siempre huela a verano. Pero cuando el calor apretaba, achinaba mis ojos gigantes de buda contento y me dejaba querer. Mamá pelaba unas zanahorias por la mañana, las metía en un tuperware y les añadía cubitos. Después de largo rato zapateando sin chancletas y chutando con el dedo gordo a mi hermano mulato y a todos los castillos de arena del frente marítimo gerundense, mi lengua ahumada pedía auxilio a gritos. Era entonces cuando mamá sonreía, asentía y las sacaba del enorme bolsón de playa de rejilla napolitana. Estaban fresquitas, crujían alivios y sabían a sálvame de esta sal inmunda… Mis lagrimales respiraban de nuevo sólo de verlas flotando otro año más en el agua congelada.

Mis amigas lo son tanto que a veces me acuerdo de sus recuerdos. Mi toalla roja, las zanahorias heladas de Tanya, los bombachos exóticos de Carla, los intríngulis del trilingüismo de Daniela, la explotación infantil que un día se le ocurrió a Blanca… los confundo, hago míos los suyos y les cedo a ellas también mi pasado. Espera, espera, ¿amigas o hermanas?... ya ni me acuerdo…

Image by Aya Takano

lunes, 4 de junio de 2007

Pelirrojas

Pelirrojas.
Blandas y cartílagos como una sepia.
Moquetas mansas en las que tumbarse, de vello fino de césped rosa.
Privativas y breves, pocas y pecas, que hasta las pestañas límpidas dejan paso a mares. Reserva de mares y escama arcana, que ni a sus dedos desvelan misterios.
Roja en el alma, blanca la bestia, mar en sus ojos, tersa de aire.
Hazme un abrigo de tus tentáculos.
Pelirroja roja de peluca suave.


collage, Julie Morstad, John William Waterhouse & unas sepias muy majas...