domingo, 15 de abril de 2007

Enferma Terminal 4

Todo empieza siempre con la maleta, la bonita maleta que en el planteamiento te hace pensar que tu alineación es invencible, fruto de la experiencia de más de once viajes y arbitros con pito que por fin te han convertido en un ser coherente que no necesita más recambios que días dure el viaje. En el nudo, la maldita maleta te hace tomar conciencia de lo pequeño que es tu cuerpo, una se pregunta cómo lo hace para no sufrir a la vuelta del súper si los brazos son los mismos y se cerciora de que una muda por día es demasiado y que mejor hubiera sido viajar menos días o menos limpia o, por qué no, buscar de una vez un acompañante. En el desenlace ya no hay maleta que se libre, bultos inmundos, umbrales de ampollas, sucedáneos de la cáscara de un caracol babeante pero con ruedecitas sarnosas, cremalleras endebles, correas fofas y peores acabados. Las desprecias y las pateas y no es hasta al cabo de unas horas que llega la reconciliación, cuando el enfurruñamiento da paso al reencuentro con los objetos queridos que por una razón u otra son nómadas como tú y te recuerdan que estás sola y que sólo de ti depende.
Aquí estoy, otra vez, acompañada de mis maletas. Enferma terminal arrastrando mi condena por los pasillos de este hospital con columnas arco iris. Los aeropuertos me dan tanta angustia hasta que me libero de la carga y me abandono al vuelo. Hoy he sentido el desasosiego incluso antes de pisar el suelo encerado, ya cuando me he despedido del taxista, abuelo de dos nietos, uno de cinco y otra de dos y medio; he sentido la imperante necesidad de estrujarle y suplicarle que no se fuera, que me esperara siempre. Pero después todo cambia de repente, les dices que tú eres tú y ellos se encargan de tu bagaje. Y tú te quedas solo, libre, con un rato de ensueños por delante, de valijas vacías en las que inventarte una vida, de asuntos pendientes que pitan en los detectores de metales y a los que abandonas en una bandeja de plástico sucia y verde botella. El arco de seguridad te hace sentir tan insegura que te gusta, que te hace cosquillas y te invita a repetir. Hasta el vuelo todo fluye como una baldosa recién encerada. Una se convence de que la soledad es la respuesta y se cruza miradas con otros solos y entabla conversaciones con los que como ella buscan. Fluye lejos y vuela fino. Todo se desliza hasta que el traqueteo de la turbulencia te recuerda que ya escogiste un destino, pupum pupum ¡PUM!. Y aterrizas a tu realidad con la boca pastosa de sueños irrealizados. El peor momento de todos es el momento de espera a que coloquen la rampa de acceso. Las fantasías se han esfumado, es tarde y el tiempo es demasiado breve como para perderlo en un pasillo abarrotado. Los enamorados aprovechan esos minutos para besarse y recordarte que estás sola, que viajas sola como siempre y no tienes un hombro en el que apoyar tu cabeza ni una oreja a la que comentarle que, por Dios, que abran las puertas de una vez que el sofoco va a poder con la paz que te prometiste ante el mini bocadillo de tortilla española.
Se abren las puertas y el mundo ya ha cambiado, podrían hacerte el sepuku con una espátula y no te dolería. Ya no quieres volver a volar lejos, sólo deseas profundamente caer muerta en un lugar blando. Repasas mentalmente todas las partidas, todas las llegadas, las caras que te han esperado bajo carteles emocionados, caras ahora lejanas perdidas en Alpes y calzadas con raquetas. Recuerdas la extraña sensación de ser otro cada vez que vuelves, de haber cambiado y no saber cómo contar que no eres la misma y de explicar con sutileza que algunas guirnaldas de bienvenida sólo causan un repugnante impulso de volver a embarcar. Piensas en el paso del tiempo, en la búsqueda de un lugar en el que quedarte, en los lugares descartados y en la necesidad de olvidar que buscas para encontrar de una vez por todas sin apenas darte cuenta.
Piensas en el rostro nuevo que te espera tras las puertas de apertura mecánica y te olvidas por fin del dónde. Cuando le ves la maquinaria para. La enferma terminal 4 se queda quieta un instante y te hace una reverencia decimonónica. Has llegado, él te espera, y si quieres, puedes quedarte.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

pero ke bieeen escribe mi rubiaa!! no como yo!! fkeofkokfoafaakfaokfaof...lo ves¿¿??

carla dijo...

soy zape

Elena Bort dijo...

yo zipi