martes, 31 de julio de 2007

Como la espuma

Después de tres naufragios, Javier consiguió que su ingenio mecánico flotara. Desistió en el intento de gobernarlo, las leyes de la aeronáutica eran inhóspitas, y decidió abandonarse para que fueran las olas las que le llevaran donde creyeran oportuno.
Marnie estaba recogiendo piedras planas para pintarlas de azul turquesa y adornar el porche de su caserón cuando se quedó embobada observando el oleaje. La espuma de las olas le recordó a las claras montadas de su tía Úrsula, con quien Marnie había vivido toda su infancia.
Úrsula celebraba fiestas de verano en el patio de casa y hacía grandes pasteles de cereza y claras montadas con café y azúcar glasé. Marnie observaba a los invitados escondida debajo de la mesa y se tapaba los ojos cuando alguno de ellos se emborrachaba tanto que no se podía mantener en pie. Solían escuchar boleros y se dejaban el tocadiscos encendido toda la noche. Por la mañana parecían más parte de la flora que de la fauna y yacían entre los rosales hasta el mediodía. A veces Úrsula aparecía con un turbante en la cabeza y se paseaba desnuda por el patio con la excusa de que se había olvidado la toalla en el tendedero y se había dado cuenta justo antes de entrar en la ducha. Parecía la mujer violonchelo de Man Ray, con las carnes blandas moviéndose al compás de sus risas exhibicionistas. Los invitados-arbustos con resaca pastelera se reían con ella y se dormían de nuevo.
En todo esto pensaba Marnie cuando vio un ente flotante sobre un ingenio mecánico en vías de extinción. Venía desde el sur, en dirección a su atolón, y luchaba torpe contra las olas enanas de un mar en calma. Marnie dejó las piedras en el porche y se fue a por la toalla que colgaba de su tendedero. El invitado desconocido se acercaba cada vez más a la playa y no dejaba de estornudar.

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